Época:
Inicio: Año 1 A. C.
Fin: Año 1 D.C.

Antecedente:
CRÓNICA DE LOS REINOS DE CHILE



Comentario

Los hechos históricos relatados


La conquista de Chile había tenido un inicio desafortunado con la jornada emprendida por el antiguo socio y compañero de Francisco Pizarro, Diego de Almagro. Vista como lógica continuación de la labor iniciada en Cajamarca, el Adelantado concibió la empresa chilena como una culminación del desmantelamiento político del dominio quechua en aquella porción de los Andes. Que su pensamiento era éste y no otro lo demuestra el interés señalado en hacerse acompañar en aquella ocasión por dos altos dignatarios incaicos, uno, el propio hermano del Inca Manco, Paulo Inca, y otro, el sumo sacerdote Vila Homa, máxima autoridad religiosa del recién desestructurado estado indígena. Ambos compartían la delicada tarea de ir allanando con su potestad el camino al numeroso ejército organizado y debían de poner a disposición de los españoles toda la infraestructura que aún permanecía en pie de la organización levantada por las autoridades del Cuzco en aquellos recónditos confines.

Atraído y engañado por la fama que retenía y gozaba Chile como zona productora de diversos metales, singularmente oro, cobre y plata -cuyos envíos afluían periódicamente al Perú, bien como tributo o bien como producto del intercambio económico que sustentaba las particulares relaciones de reciprocidad andinas-, y espoleado por el afán de nuevos descubrimientos y exploraciones, Almagro abandonaba el antiguo corazón del Tahuantinsuyu4 en el mes de julio del año 1535, siguiendo el camino real inca que cruzaba el altiplano en dirección al extremo sur del Collasuyu, para transponer la terrorífica cadena montañosa de los Andes a la altura del valle de Copiapó. Las penalidades que hubo de sufrir y la falta de comida y bastimento, sumadas al intenso frío y los inconvenientes originados por la gran cantidad de nieve acumulada, hizo que las bajas fueran abundantes, especialmente entre los indígenas que transportaban los enseres y el fardaje de los españoles, perdiendo igualmente gran número de caballos.

Superadas las distintas contrariedades presentadas, las tropas pudieron al fin alcanzar los valles de Copiapó, Huasco y Aconcagua, donde descansaron y se reformaron de los sufrimientos pasados. Pero una vez recuperados, la realidad que se presento a los ojos de la hueste del Adelantado fue bien distinta de la que se pensaba haber encontrado. La grandiosidad, la magnificencia y la riqueza abandonadas en el Perú no se hallaban presentes entre los naturales de aquellas latitudes. Incluso, las nuevas que se procuraron indagar de las tierras extendidas más al sur, eran mucho más desalentadoras. Pareciera que cuanto más se avanzase, menor desarrollo social presentarían los naturales. Si bien la intervención de los nobles incas había proporcionado algún oro, las nuevas tierras alcanzadas poco valían sin numerosos y bien organizados brazos que las hicieran producir: ... hechos juntar los caciques e principales, se informó de lo que había en la provincia y en la tierra adelante hasta el Estrecho de Magallanes; e por cierta relación dijeron la pobreza de la provincia de Chile, e cómo era muy mayor e peor la de adelante, y que los picones eran quince o veinte pueblos, que cada uno tenía diez casas de gente muy pobre, vestida de pellejos. Que cuanto más la tierra iba adelanté, más estéril era e pobre e frigidísima e inhabitable; e que los que la habitaban no cogían ni comían maíz, sino ciertas raíces de campo e hierbas, e unos granos que echan los bledos a manera de mijo...5.

A estas primeras desilusiones se añadieron pronto las voces que intentaban persuadir al Adelantado para que volviese al Perú y partiese los límites con Francisco Pizarro entre las respectivas gobernaciones de uno y de otro, considerando dentro de la jurisdicción de la Nueva Toledo la posesión de la antigua ciudad imperial, reclamada con más fuerza tras el fracaso del descubrimiento chileno. Decidido a regresar, elige para su retorno la vía de la costa, no menos ardua y penosa de recorrer por un grupo numeroso que el itinerario utilizado para la ida, pero sí mucho más rápida. Atraviesa de este modo el desierto de Atacama y la pampa de Tamarugal, una de las zonas más áridas y secas del planeta, recibiendo en el ínterin distintos avisos que le comunicaban la revuelta indígena que incendiaba al Perú.

Manco Inca, cansado del despotismo de los extranjeros, acaudillaba en aquellos momentos una sangrienta rebelión y sitiaba la ciudad del Cuzco, intentando recuperar el protagonismo arrebatado. Algunos historiadores han sugerido que el viaje de Almagro a Chile estuvo inspirado por el propio inca para alejar a los españoles del Cuzco una vez decidida la ejecución de la sublevación. Sea cierto o no, el retorno del Adelantado en abril de 1537 ponía punto final a las aspiraciones de Manco y reavivaba las tensiones y los enfrentamientos entre aquél y el Marqués, dejando con ello el camino abierto a las luchas civiles que tan desastrosas consecuencias habrían de provocar.

De esta manera se daba así fin a aquella aventura con un balance desolador que en nada beneficiaba la llegada de nuevos contingentes pocos años después. Las tropas del Adelantado habían sembrado la muerte y la destrucción a su paso, especialmente en los valles chilenos. Si Almagro se había mostrado como un caudillo generoso con sus hombres y como un gran estratega, no había sabido, o no había querido, impedir aquellas matanzas y aquellos abusos. Para hacernos una idea basta leer las líneas del clérigo Cristóbal de Molina, testigo excepcional en aquella expedición, que no por algo tendenciosas dejan de ser totalmente ciertas: ... dio la vuelta, la cual no se pudo hacer sin gran destrucción de los naturales y tierra de Chile, porque, como se determinó de volver, dio licencia a todas sus gentes que rancheasen la tierra y tomasen todo el servicio que pudiesen y indios para cargas; y no quiero explicar lo que pasó en esto ni qué tal quedó la tierra, porque por otras cosas que yo tengo apuntadas lo podrán sentir. Ningún español salió de Chile que no trajese indios atados: el que tenía cadena, en cadena, y otros hacían sogas fuertes de cuero de ovejas y hacían muchos cepos para aprisionarlos de noche, y tenían por costumbre, caminando porque no huyesen los tristes indios de llevarlos a la vela, poníanlos todos en un llano y velábanlos, y si alguno se movía inferían que se quería huir y dábanle, los que velaban, de palos...6.

Transcurrida esta primera experiencia quedaba ya expedita la puerta para nuevos intentos, y efectivamente no habría de pasar mucho tiempo sin que otro veterano caudillo depositase sus ojos en Chile, en esta ocasión con la intención de poblar permanentemente el suelo y asentarse en él de una manera definitiva. No es ésta la oportunidad ni la ocasión de trazar una semblanza biográfica de don Pedro de Valdivia7, pero no podemos dejar de delinear los ejes básicos de su actuación anterior a la aparición de este importante actor en la escena chilena. Natural de la comarca extremeña de la Serena y allegado o vinculado a los Pizarro, Valdivia se presentaba en el Perú en un momento en el que el enfrentamiento violento entre almagristas y pizarristas era ya inevitable. Su tarjeta de presentación como hombre experimentado y avezado en los feroces frentes europeos, especialmente en Italia y Flandes, le valieron su elección como maestro de campo de Hernando Pizarro en las acciones que culminarían en la batalla de Las Salinas, librada en abril de 1538, y en la que caería preso Diego de Almagro. Con posterioridad a estos brotes fratricidas entre españoles interviene en la marcha al Collao y Charcas -siempre en compañía de Hernando y Gonzalo Pizarro- incorporando a la gobernación peruana toda la región del altiplano circundante al lago Titicaca, que pasó a denominarse desde entonces Alto Perú.

Por su destacado papel en todas estas acciones, recibió del Marqués Francisco Pizarro una encomienda que abarcaba todo el valle de la Canela y una mina de plata en Porco, ambas en la citada zona del altiplano, las cuales le producían una substanciosa renta anual. Mas no era ésta la recompensa que el espíritu inquieto y las ansias de renombre de Valdivia buscaban, por lo que renunciando a la encomienda, solicitó, en atención a sus servicios, los títulos de teniente del gobernador y capitán general de los reinos de Chile, que le facultaban para emprender la conquista del territorio.

De esta forma, con escasos medios y mucha determinación se ponía en marcha a finales del mes de enero de 1540, al frente de un reducido grupo de españoles, decidido a internarse en el desierto de Atacama, por lo que dispuso el paso en pequeños grupos, mejor preparados para enfrentarse a la falta de agua y a las duras condiciones imperantes, aprovechando las enseñanzas extraídas durante el regreso de Almagro tres años antes. Sin embargo no iba a ser el desierto, con ser éste duro, el principal obstáculo en su travesía, sino la falta de avituallamiento y el vacío de los naturales, escarmentados con la experiencia sufrida por el paso del ejército almagrista. Por fin, tras algunas escaramuzas y después de cruzar los valles de Copiapó, Huasco, Coquimbo y Aconcagua, consigue arribar a las orillas del río Mapocho, donde levanta en febrero de 1541 una población a la que titula Santiago del Nuevo Extremo, que rápidamente habría de convertirse en cabeza y corazón de todos los reinos de Chile.

Los problemas que se presentan a partir de este momento en la sustentación de la ciudad, y los continuos combates sostenidos contra la población indígena, deciden a Valdivia a solicitar repetidamente socorros al Perú. Las incursiones y entradas realizadas al otro lado del río Maipo demostraban las excepcionales condiciones y la feracidad del suelo, a las que se sumaba una alta densidad de la población, sobre todo comparada con los estrechos valles nortinos. Pero los españoles que lideraba el extremeño eran escasos y se encontraban excesivamente alejados de cualquier base de aprovisionamiento, sin contar siquiera con vías terrestres de comunicación apropiadas, por lo que para paliar en la medida de lo posible esta carencia funda la ciudad y el puerto de La Serena en el valle de Coquimbo.

Mientras, cansados los naturales de esperar un abandono que no terminaba de concretarse, se rebelan, sucediéndose casi constantemente las escaramuzas y los asaltos. Valdivia, animoso e incansable, acude una y otra vez a reprimir los sucesivos levantamientos e incluso aprovecha los escasos refuerzos conseguidos para explorar hasta las márgenes del caudaloso Bío Bío, en cuya desembocadura proyecta fundar una ciudad.

Proveyendo en estos menesteres y afanándose por construir una gobernación a la medida de sus pensamientos, le sorprenden los acontecimientos que a la sazón conmueven al Perú, provocados por el levantamiento de su antiguo compañero de armas Gonzalo Pizarro contra Blasco Núñez Vela, enviado real. La intransigencia y la incapacidad demostrada por este último al querer aplicar las Leyes Nuevas promulgadas en 1542, dictadas para modificar algunas particularidades de las encomiendas -fuertemente criticadas por los espíritus avanzados deseosos de una sociedad más justa en América-, avivaron el malestar de los antiguos conquistadores, principales beneficiarios de la polémica institución, los cuales depositaron sus esperanzas en el prestigio que ostentaba Gonzalo Pizarro y levantaron sus armas contra el enviado peninsular, incapaz de hacerse cargo de la realidad y evitar el enfrentamiento armado.

Desatadas las operaciones bélicas, en 1545 moría en Quito Núñez de Vela, y dos años más tarde el hermano menor de los Pizarro se veía dueño de todo el Perú. Ante el cariz que tomaban las violentas reivindicaciones y la crítica situación de las armas reales, la Corte decidió proveer como presidente a Pedro de La Gasca y dotarle de amplios poderes, confiando en su clara inteligencia y en su habilidad negociadora para la resolución del conflicto. Valdivia, que hasta entonces no había dado señal alguna en una u otra dirección, tomó partido por el presidente y se trasladó a la ciudad de los Reyes en los últimos días del año 1547, justo a tiempo para intervenir y contribuir con su presencia a la derrota de Gonzalo Pizarro en la llanura de Jaquijaguana, cercana al Cuzco.

La fidelidad demostrada por el conquistador chileno a las autoridades reales fue retribuida por La Gasca con el título de gobernador, con el que pudo regresar a Santiago satisfecho y conseguir alguna ayuda económica para su precaria gobernación, que le permitió reclutar nuevos refuerzos en hombres y pertrechos.

De regreso, Valdivia se ve de nuevo en la necesidad de reconstruir la ciudad de La Serena, incendiada y asolada durante su ausencia, entregándose de lleno a continuación a preparar la campaña prevista para la provincia de Arauco, de resultas de la cual funda las ciudades de la Concepción, La Imperial, Valdivia y la Villarrica, ocupando en esta tarea de conquista y de asentamiento los años de 1550, 1551 y gran parte de 1552.

Si nos paramos a pensar detenidamente en esta eclosión de erecciones y establecimientos que se produce al sur del río Itata en tan escaso espacio de tiempo, como si de una fiebre constructora se tratase, podremos fácilmente colegir las distintas circunstancias que confluyeron para hacer posible este desmedido interés por parte de Valdivia, destacando fácilmente entre ellas la abundante población indígena dispersa existente, base de toda transformación económica ulterior, la fertilidad de los campos, con excelentes bosques cercanos, y un clima inmejorable de tipo templado mediterráneo, prácticamente idéntico al de muchas regiones españolas y extraordinariamente singular en toda la América meridional.

La particular visión política y geostratégica de Pedro de Valdivia le lleva a incorporar a su jurisdicción, gracias a la labor de distintos capitanes, las provincias transandinas de Cuyo y todo el noroeste argentino, y a organizar dos viajes marítimos de descubrimiento y exploración hacia el estrecho de Magallanes, buscando, por una parte, sacudirse la tutela del Perú a través de una comunicación directa con España, y por otra, un límite natural a su gobernación que dominase dicho paso. Encaminadas así sus miras para el desarrollo de los proyectos futuros, Valdivia ve alteradas sus intenciones por un alzamiento general de los grupos mapuches que nuestro cronista Jerónimo de Vivar describe acertadamente en pocas palabras: Pues viendo los indios los españoles repartidos y divididos en tantas partes y viendo el trabajo que tenían, porque era el primer año que les habían echado a sacar oro, acordaron levantarse, no como indios, sino como gente que entendían y que procuraban verse libres.

Acostumbrado a acudir donde su presencia sea necesaria y donde la sumisión de los naturales se debilite, el gobernador sale de la Concepción con ánimo de reducir y castigar estos nuevos brotes de desobediencia, pero la suerte no le sonríe en esta ocasión como en encuentros anteriores y los pocos hombres que dirige se ven acosados y aniquilados en los alrededores de Tucapel. El mismo es hecho prisionero y decapitado. La estrella de Valdivia, rutilante hasta entonces, se apagaba junto a su vida en las postrimerías del año 1553, tal como lo recuerda Vivar: Y ansí pereció y acabó el venturoso gobernador, que hasta aquí cierto lo había sido en todo cuanto hasta este día emprendió y acometió. Con su desaparición se despuebla la ciudad de la Villarrica, y tras la retirada de Francisco de Villagrán, la de la Concepción, permaneciendo aisladas y sin posibilidad alguna de ayuda las de Valdivia y la Imperial. Como si de un castillo de naipes se tratase, todo el esfuerzo que alentaba el gobernador se derrumba en unos instantes.

Al abandono de las ciudades y los descalabros militares se suceden las disensiones internas nacidas entre Francisco de Aguirre y Francisco de Villagrán. Cada uno aduce y argumenta sus méritos particulares y sus pretensiones para suceder a Valdivia en el cargo de gobernador, y únicamente con la llegada de don García Hurtado de Mendoza en 1557 se logrará solucionar un litigio que resultaba completamente desfavorable para los intereses de la tierra. Con la figura de don García, primogénito del virrey del Perú don Andrés Hurtado de Mendoza, Marqués de Cañete, se abre una nueva época en la historia hispana de Chile. Bajo su mandato se repuebla la Concepción y se levantan las ciudades de Cañete de la Frontera y Osorno, mientras que el empuje de las armas restablece el prestigio perdido, llevando a los españoles hasta la isla grande de Chiloé. Conocidos son los versos de don Alonso de Ercilla que celebran el último rincón alcanzado en aquella oportunidad:



Pero yo por cumplir el apetito,

que era poner el pie más adelante

fingiendo que marcaba aquel distrito,

cosa al descubridor siempre importante,

corrí una media milla do un escrito

quise dejar para señal bastante,

y en el tronco que vi de más grandeza

escribí con un cuchillo en la corteza:



Aquí llegó, donde otro no ha llegado,

don Alonso de Ercilla, que el primero

en un pequeño barco deslastrado,

con solos diez pasó el desaguadero

el año de cincuenta y ocho entrado

sobre mil y quinientos por hebrero,

a las dos de la tarde, el postrer día,

volviendo a la dejada compañía.8



Este es pues, en apretada síntesis, el período que comprende la crónica de Vivar. Un período que se inicia con la intervención de Pedro de Valdivia en la guerra de las Salinas, el año de 1537, para finalizar con el asalto y posterior victoria al fuerte de Millarapue por parte del gobernador don García Hurtado de Mendoza, en el mes de diciembre de 1558. Breve lapso de tiempo, poco más de veintiún años, pero denso en acontecimientos históricos centrados casi exclusivamente en la persona de Valdivia y en los hechos de sus compañeros.